miércoles, 10 de agosto de 2016

¡Algo va mal, hay algo que no estoy haciendo bien!

El sobrepeso y la obesidad han sido siempre, desde los aproximadamente 8 - 10 años de edad, ese pie que no te permite levantar cabeza, desarrollarte completa y satisfactoriamente. Me ha provocado impactos emocionales terribles; complejos, manías e inseguridades, así como barreras mentales en cuanto a conseguir objetivos.

Desde la pre-adolescencia he tenido el sentimiento de injusticia y, dicho sea de paso, también de víctima. Dios, el universo, la genética y la gente eran injustos conmigo.
Yo quería comer, me gustaba comer, pero mis padres  junto con el médico, me lo trataban de impedir poniéndome a dieta. Así lo entendía yo entonces. Para mí todo estaba bien; mi cuerpo y mi relación con la comida.



Ellos creían que todo se solucionaría con una dieta. Esa época fue traumática para mí. Mi primer trauma acompañado con el de tener un padre alcohólico y violento que te enseñaba la tabla de multiplicar a base de guantazos y tirones de la patilla, o una madre sumisa, que parecía no impórtale demasiado esos episodios de violencia.

Sería en esa etapa, donde comer paso de ser algo natural y sin culpa, incluso síntoma de salud para muchos el buen apetito, a ser algo insano y problemático donde la comida debía de serme racionada, limitada y en el caso de comer lo que no debería; reprendido.

Es impactante para un niño que de la noche a la mañana le prohíban los alimentos que más le gustan; y se lo cambien por frutas, refrescos dietéticos, o simplemente agua. Que le reprochen su hambre o tener un cuerpo rechoncho. Reprocharte al fin y al cabo quien eres.

Esto me lleva a la siguiente reflexión: Cuando eres bebe o un niño muy pequeño te valoran por simplemente SER, no te piden nada a cambio. Cuando creces un poco más se te valora en función de tus acciones. Valor y afecto van unidos entonces. Tanto vales para los demás, con tanto afecto te lo recompensan. Es este aprendizaje el que más le cuesta comprender a un niño; Pasar del afecto gratuito al afecto en función de cómo te dicen que te has de comportar, como has de ser, lo que se llama en esta sociedad; ser bueno.

¡En esta etapa nace la culpa! La culpa nace en el mismo instante que aprendes que es el BIEN y que es EL MAL. Por tanto, si AHORA tus padres dicen que comer “tal cosa” está mal y lo comes, te sentirás CULPABLE.

A partir de este punto, crucial a mi entender; nada puede volver a ser igual en la vida de un ser humano. Ya no puedes comer tranquilo, como antes, sabiendo que te vigilan y te reprochan por cosas que antes no lo hacían. Eso te inquieta y te pone en alerta. Ya no es gracioso que pidas dulces y helados en la merienda y que seas un niño glotón o que estés gordito.

Pero de la noche a la mañana,  un niño no entiende que comer esos pastelitos pueda ser perjudicial para su salud en un futuro ¡Y se revela!

Entonces tienes que robar comida de la cocina y comerla a escondidas, sin que se note claro está, pues es la única manera de seguir comiendo como antes, que para ti es “lo normal”.
Luego de adulto, todo esto sencillamente se incrementará proporcionalmente, pues ya no dependes de las cuatro cosas que guarde tu madre en el armario, sino que tendrás un supermercado entero para ti. No comerás en un cuarto, porque aprovecharas a que se vaya tu pareja a trabajar, si es que vives con alguien, para comer a solas en el salón, tumbado en el sofá y viendo una película, sin que te miren unos ojos acusadores y que desaprueban tu manera de comer.

Pero no te libraras de tu voz de la consciencia que te flagelará gritando: ¡CULPABLE!

Creces dándote cuenta que la comida, en este mundo, te hace valer menos en función de cuanto te haga engordar. Estar gordo significa valer menos, valer menos es recibir menos afecto de los demás, tu percibes este déficit, al mismo tiempo que va creciendo la ansiedad, de la que quieres HUIR por medio de la comida. Entonces ya habremos entrado en el típico círculo vicioso del comedor compulsivo.

Siempre me ha perseguido una misma sensación: ¡Algo va mal, hay algo que no estoy haciendo bien! Entonces te mientes y te dices que es por no ser suficientemente constante o disciplinado, que tal vez no sabes elegir bien a tus parejas o simplemente buscas escusas victimistas que vienen de atrás, de la familia, de los genes o la vida.

En los periodos que me sentí más motivado me puse a ser dieta para bajar de peso, en algunas baje 4 o 5 kilos, en otras 15, 30, 50 kilos y la última baje 20 kilos. Lo máximo que he podido a aguantar son  8 meses a dieta. La motivación se va evaporando cuantos más meses pasan.

Una vez se pierde la motivación entra en escena de manera progresiva los episodios de compulsión descontrolada. Esos que creías olvidados. Esos que entran de forma paulatina y van tomando las riendas de tu vida. Como si dentro de ti hubieran dos; el yo constructivo y el yo destructivo. Y cuando pasara mucho tiempo uno llevando el carro, el otro le aparta de un codazo y lo volviera a dirigir.

Y mi caso, pasaron 32 años hasta que me di cuenta que tenía, y siempre había tenido, un grave problema con la comida. 32 años de mentirme a mí mismo, de no querer realmente indagar en mí con la suficiente honestidad que esta adicción requiere.

¡Algo va mal! Se me repetia esta idea en mi cabeza. Claro que iba mal. Es la adicción a la comida, que toca todas las columnas de tu vida; El trabajo, las relaciones sociales, la salud, la autoestima, etc.

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